martes, 24 de noviembre de 2015

Toda mamá tiene derecho a recuperarse


Quino

Mi tercera hija ya tiene dos años pero yo insisto en que todavía estoy post parto. Me niego a creer que mi cuerpo quedará así para siempre.

Desde que quedé embarazada de Ema, la mayor, mi figura no ha parado de cambiar. Para peor. Yo solía ser flaquita. Menuda como buena chilena, pero delgada y proporcionada sin hacer ningún esfuerzo dietético o deportivo.
Pero la vida te da sorpresas y después de tres embarazos, todo lo que podía caerse, lo hizo.

Es verdad que uno debe quererse tal como es y me niego a aceptar que a los 40 uno tiene que tener la misma facha que a los 20. Pero díganle eso mismo a la parte de mi cerebro que saca la talla S cada vez que quiero comprarme ropa y en el probador se extraña al ver que no me entra. Como si fuera culpa de la ropa.

No, una parte de mí no se convence.
Y por lo mismo, hago tonteras como ponerme poleras o vestidos ajustados jurando que me acordaré de hundir la panza todo el día.
Claro, sólo me acuerdo cuando otros me lo recuerdan sin pudor:
“En su estado no debería comer pescado crudo” -me dijo el mozo del sushi la otra noche.
O dos semanas después, “siéntate, por favor”, escuché en el Metro, y yo sin entender por qué me ofrecía el asiento otra mujer. Sólo atiné cuando vi que me miraba el ombligo y bajando la vista me senté sobre mi vergüenza sin sacarla de su error.
Pero la cosa dijo ¡basta! cuando la señora del casino me preguntó “para cuándo la guagüita” frente a mis compañeros de trabajo que solidariamente miraron para otro lado. Ahí mismo decidí que era hora de intentar recuperar la dignidad.

Por primera vez desde mi etapa escolar, estoy tratando de hacer ejercicio regularmente.

Primero intenté salir a trotar. Es bueno, bonito y barato, pensé. Pero a poco andar (o rebotar), caché que no era lo mío. Mi estructura no me permite hacerlo sin pasar vergüenzas.

Luego probé con el tradicional gimnasio, pero no hubo caso. Simplemente me aburrí como ostra. CUALQUIER otra actividad me parece más interesante que seguir torpemente a una masa de mujeres que bailan “entretenidas”, o ir a ninguna parte en una bicicleta estática.

Yoga y pilates suenan muy bien, pero mi musculatura deshecha me impide sostener los ejercicios por más de 2 segundos y siempre termino desplomándome calamitosamente.

Ahora estoy intentando una técnica novedosa llamada gimnasia hipopresiva. Básicamente consiste de hacer ejercicios aguantando la respiración. Se supone que tiene muchos beneficios para mujeres en mi estado. Me gusta, pero no sé cuánto dure porque estoy haciendo malabares para completar al menos tres meses.

Secretamente sigo creyendo que si me esfuerzo un poco y cierro la boca otro poco, volveré a reconocerme cuando me mire al espejo sin que por error crea que mi mamá me está mirando desde el otro lado.

O puedo resignarme y aceptarme.